lunes, 2 de diciembre de 2013

Despertar

 2013-05-05

Veo que en este tiempo de acontecimientos importantes en mi vida, me has preguntado sobre el trabajo, sobre la entrevista en la procuraduría, sobre la maestría, el senescyt…. Pero nunca me preguntaste sobre cómo me fue en el Puyo. Pues bien, te voy a compartir una de las dos o tres experiencias más intensas y maravillosas de mi vida.
El anciano nos recibió en una choza. La noche era iluminada por la luna llena y en el interior de la choza resplandecía una hoguera. Ahí, nos dio de beber Ayahuasca. Su sabor es amargo como el cáliz y su acogida dolorosa como la muerte. El largo viaje por el que te lleva tiene como objetivo la resurrección. Es así de simbólico. El universo se comunica mediante símbolos, como aquellas imágenes que ves en tus sueños, es el único medio para simplificar conocimientos cuyas raíces a veces ya están perdidas en la antigüedad del tiempo de los hombres.
Pero me estoy desviando de mi tema. Te estaba contando sobre mi experiencia y lo que en ella sentí. Por la experiencia anterior, sabría que dolería, pero jamás puedes saber que te va a mostrar. Es como sumergirte en las profundidades de un lago frío y oscuro. Pero pasado el frío que lastima, pasando la oscuridad de sus aguas, pasando la incertidumbre de sus profundidades, se halla un misterio asombroso, como si dentro de esas aguas se hallara escondido un tesoro. Entonces te hundes, y te dejas llevar por sus corrientes. Es cálida y solo viajas… ¿recuerdas la película 2001 Una odisea en el espacio? Es algo así, ves el infinito;  lugares que van mas allá de la imaginación del hombre; viajas con la vibración y la energía del cosmos. Estas en otra dimensión, mas allá del tiempo, porque ya no existe el cuerpo… y lo comprendes todo. Pero sería imposible explicar la inmensidad, la grandiosidad de aquello. Me sentí insignificante ante este orden cósmico, energía eterna, partículas, sincronizadas en  movimiento en un mar de corrientes infinitas, de posibilidades cuánticas.
Me sentía como en un útero, de mi pecho salía un calor agradable, abrigador, sanador. Ya no había un solo rincón de mi ser que albergara miedo, la tensión en el cuello se había ido y yo… yo me sentía como uno con el universo: “Credo in unum Deum”.
De repente, salió de algún lado una presencia. Su voz era suave y reconfortante, el tono más hermoso que he escuchado en mi vida, y me hablaba bajito, y su susurro era como una caricia a mi corazón. Era una voz femenina. No tengo idea del por qué... pero me hablaba en ingles. Esta voz me hacía feliz, yo estaba enamorado de ella, sentía como si a través de ella se proyectara mi verdadera esencia, lo más lindo que tengo adentro… siento que ella no era de esta dimensión, pero representaba el arquetipo de la Madre, otro símbolo.
En medio de la oscuridad, otra voz flotaba, Era la del anciano shaman, cuyo canto también era suave, como un mantra. Lo comparo con la luz de una vela que nos guiaba en la oscuridad, o un arrullo, para un recién nacido, para que nuestro espíritu no se pierda en las penumbras de la noche, ahora que éramos vulnerables a todo tipo de energías. Él era el arquetipo del Padre… y yo era el Hijo que estaba dentro del útero.
Acurrucado, envuelto en medio de este agradable calor, conversaba con la vocecita femenina. En medio de ese calor nació una fuerza dentro de mí. Era poderosa, y a la vez armoniosa, como la luz del amanecer que con gracia y firmeza, ahuyenta las sombras. Si, era algo así; terrible y hermosa, me inundaba, salía de mi interior, e iba a unirse con una gran red, la red donde yo viajaba, esa red infinita que me conectaba con todo, eliminando cualquier sensación de soledad que quisiera atacarme. – Que es esta fuerza- le pregunte a la voz. – Es maravillosa, me siento uno, contigo, con el shaman, con las estrellas y la luna – y ella se reía ¡y yo me extasiaba con su risa!
Fue entonces que apareciste tú.
Te pude ver. En medio de esa armonía incomprensible y maravillosa, te pude ver. A ti y a mi mama; y me di cuenta de algo. Vi sus rostros, su forma física, tan perfecta, erguida, fuerte, como el canon  de Da Vinci. Me di cuenta de que son hermosos. Bellos como los dioses del Olimpo, fuertes como los gladiadores.
Vi tu fuerza papá. Tu imponencia. Te vi como el león, como el Rey. Y mi madre… era la  templanza, la gracia de la reina. Y no podía mas, sentía que ese calor, esa fuerza, ese poder y esa hermosura me desbordaban. Era el Amor. Y yo flotaba en medio de Él, conectado a Él, como a un cordón umbilical, infinito y a la vez único, inexplicable y a la vez tan simple, la paradoja de lo divino, porque ese Amor era Dios y Dios es mi Amor hacia ustedes.
Y eso fue un despertar brutal. Allí viendo extasiado su hermosura, me di cuenta de que yo soy su hijo. Hijo de dos dioses. Entonces me pude ver a mi mismo, y vi lo hermoso y fuerte que soy y mi semblante cambio de repente. Mis manos eran grandes y poderosas, mi espalda ancha y segura. Me sentía como un león, que, desde una oscura prisión, un pozo, hubiera roto sus cadenas y lanzara un clamor, un grito, un rugido, anunciando a los dioses que su hora había llegado, la hora de la retribución, y a lo lejos estaban ustedes, escuchándome, mirando el largo camino a mi redención, para recuperarme a mí mismo, a mi reino.
Entonces vomité, pero no fue solamente vómito… Me levante con mi nuevo cuerpo. Agarre la cubeta que tenia al pie de mi camastro, y de mi interior salió expulsado ese rugido, esa fuerza. Estaba naciendo a este mundo, y como todo nacimiento, dolía terriblemente... ¡pero estaba vivo! Más vivo que nunca porque era yo por completo. Recuerdo la voz hermosa que me alentaba y la voz del médico brujo que flotaba encima mío. Los dos me cuidaban como a un niño recién nacido, como una pequeña semilla que acababa de llegar a la tierra. Pero yo estaba muy fuerte, luchando por salir, por mí propio esfuerzo, siendo forjado en el crisol del fuego del Amor.
El sudor me resbalaba, sentía la viscosidad de las cascaras del huevo que acababa de romper, recorriendo mi frente, y aun aturdido y ciego, me aferraba a la cubeta, mientras unas dolorosas contracciones producían un sonido que resonaba en el vacio de la cubeta. Creo que fui el que más escándalo causó al vomitar, el vómito más asqueroso de todos, pero no me importaba nada ni nadie, porque este era mi grito, mi momento de llegada a este mundo.
Después de eso volví a acurrucarme para seguir abrazado a esa tranquilidad, pero ya era otro ser. Era consciente de lo que soy, su hijo y que por ende, soy heredero de una belleza y una fuerza que jamás habría sospechado; no pude más que agradecerles por ser su hijo y pedir que de algún modo, ese amor que se me desbordaba, sea enviado a ustedes.

No sé si sepas, pero el niño, percibe el mundo desde el embarazo. El niño conocerá el mundo, la realidad, a través del vínculo con su madre, ella será sus ojos y su corazón, porque aún son uno. Sabes algo... mi mamá me conto sobre su embarazo de mí, y se cómo se sintió. Se ahora, que yo fui forjado en la soledad y la melancolía que ella sintió, y mis primeras impresiones de ti, son a través de ella… y creo que sabes lo que eso significa ¿verdad?
Mi lucha entonces, ha sido sobrepasar ese dolor y ese miedo con el que yo nací, y no fue fácil. Mi camino fue doble, tuve que primero destruir esa prisión de tristeza, para poder volver a construirme.  Para esto debo recordar quién soy. Sé que es un camino largo, pero luego de haber visto y sentido esa fuerza que emana de mí, no puedo hacer más que aceptar con valentía y alegría mi destino, y emprender la marcha que me lleva a recuperar mi trono. Tengo que montar el Carro del Sol y redimir a Faetón.
¿Recuerdas aquella vez que hablamos sobre el poder de los mitos y los símbolos? El Rey León es un cuento muy bonito sobre el camino de la redención. Te hago una confesión… a veces miro las estrellas y veo un Principito ahí arriba, y me acuerdo que ese fué mi primer libro, el que tú me regalaste... me siento como un Simba, heredero de las estrellas... De algún modo, se que aun soy una oruga de lo que debo ser, un cachorro del león, un rey exiliado, pero ahora sé que soy rey, porque ahora sé que soy tu hijo. Y yo te amo papá, y llegara el día en que me veas manejando el carro del Sol por todo lo alto. Está escrito en los símbolos, representado en los mitos. Todo héroe tiene este viaje.

Crises

"the watcher and the tower, waiting hour, by hour"

Terry Ilott diseñó este arte para el disco CRISES de Mike Oldfield.